Por Ximena Yáñez Soto

Por más de 20 años trabajé en un fondo ambiental con la esperanza de construir un mejor futuro para México y para nuestros hijos. Como muchas otras personas pensé que las acciones para frenar y revertir la degradación de los recursos naturales eran responsabilidad del gobierno y de las organizaciones de la sociedad civil. Pensaba que era fácil tapar el sol con un dedo o hacerme de la vista gorda llevando a cabo un par de ajustes ambientalmente responsables en casa, pero dejando los grandes retos de la conservación a la caballería pesada: a los que son visibles y tienen voz.

Hace un par de meses tuve un sueño que me cayó como baldazo de agua fría: soñé que mi tataranieta me preguntaba qué había hecho yo por el planeta al enterarme de los problemas que nuestro estilo de vida moderno le llegaría a causar a las generaciones futuras… Sin poder contestar y con un nudo en el corazón caí en cuenta que dejar todo el trabajo y responsabilidad a estos grandes actores no era suficiente.

Ya no podemos seguir esperando a que otros cambien el destino de nuestro planeta: es el momento de tomarnos en serio las advertencias sobre el futuro que estamos dejando a nuestros hijos y, desde nuestra trinchera, hacer todo lo que esté en nuestras manos para revertir el deterioro… Ahora que todavía estamos a tiempo.

No podemos seguir esperando a que los gobiernos o las corporaciones resuelvan los gravísimos problemas de salud pública y deterioro ambiental: no habrá dinero que alcance para solucionarlos si, como sociedad, no los atacamos desde la raíz. Debemos empezar por lo que ponemos en nuestro plato y el plato de nuestros hijos. Tal vez valga la pena que, con mucha consciencia te preguntes: “¿qué están comiendo mis hijos?” y, dependiendo de la respuesta, definas si llegó el momento de dejar de lado las creencias que repiten tus familiares, amigos, doctores, los medios masivos de comunicación y hasta el gobierno. Los medios masivos de comunicación nos han condicionado por muchos años y es momento de empezar a preguntarnos qué es lo que realmente nos hace sentir bien, a analizar nuestro comportamiento y a decidir nuestro camino. ¿No es curioso que, a pesar de los increíbles avances tecnológicos en medicina, gran parte de la población mundial viva en un estado de enfermedad crónico? Nuestra situación actual es el resultado de una combinación desafortunada de factores: 1) la degradación y contaminación de nuestros recursos naturales, 2) un incremento excesivo en el consumo de productos animales, 3) el bajo consumo de productos de origen vegetal y 4) el cambio radical en nuestro estilo de vida.

Algunos expertos dicen que en 50 o 100 años todos los seres humanos tendrán una dieta basada en plantas. Si eso sucede como resultado de una catástrofe o como resultado de una transformación pacífica y en favor de la vida, dependerá de 1) que tomemos hoy las decisiones correctas y 2) nuestro compromiso como sociedad para lograr el cambio que el planeta urgentemente necesita. Mi recomendación es -si quieres hacer un cambio que transforme positivamente tu vida, la de tus seres queridos y la de las generaciones futuras- que empieces por escucharte a ti mismo y sentir, en tu propio cuerpo, qué es lo correcto y qué te hace sentir bien. Lo que propongo no es una campaña contra el consumo de productos de origen animal. Mi propuesta es únicamente bajar la descomunal cantidad que consumimos a diario, mejorar la calidad de los nutrientes de esos alimentos y aumentar el consumo de frutas y verduras.

Si decides ver estos retos como oportunidades de transformación, tu presencia en el mundo no será de paso sino que dejará una profunda huella en el cambio que necesitan las generaciones futuras.

¿Qué mejor regalo para nuestros hijos?